f. Conjunto de reacciones morfológicas y bioquímicas que se producen en el tejido conjuntivo vascular desencadenadas por agentes diversos: químicos (yodo, lejía), físicos (calor, traumatismo mecánico) o bacterianos. La reacción inflamatoria tiene lugar sólo en los tejidos vivos y se produce en un área circunscrita. En sus rasgos fundamentales es la misma sea cual fuere el agente causante. Sin embargo, la intensidad, extensión y alguna otra característica dependen de la localización de la inflamación, del agente causal y de la capacidad de reacción del organismo. En la inflamación se distinguen dos fases: una en que se producen reacciones hemodinámicas y otra en que tienen lugar los trastornos de la permeabilidad de los vasos sanguíneos. En el foco inflamatorio se produce una acidez local por la acumulación de detritos metabólicos ácidos. Esta acidez, junto con otros factores, da lugar a una vasodilatación de las arteriolas de la zona, aumenta la permeabilidad de la pared capilar lo que permite que a su través pasen fibrinógeno y globulinas, es decir proteínas que ocasionan una salida de líquido, por lo que se producirá el edema. También pasan leucocitos y otras células de la sangre (linfocitos, monocitos). Estos infiltrados celulares del foco inflamatorio tienen la capacidad de absorber y fagocitar los cuerpos extraños y detritos celulares. Al evolucionar la inflamación, se reabsorbe el exudado y tiene lugar el proceso de reparación del tejido mediante proliferación y cicatrización de fibroblastos. Las manifestaciones clínicas de la inflamación aguda ya fueron descritas hace casi 2.000 años por Celso (50 a. l.C), que mencionó 4 síntomas cardinales: calor, rubor, tumor (debido al edema) y dolor. Galeno (129-201) añadió un 5. o síntoma: la impotencia funcional en el órgano donde asienta la inflamación.
