f. Génesis y diferenciación de los elementos formes de la sangre, en especial los hematíes y los leucocitos. (Sin. HEMA· TOGÉNESIS; HEMOPOYESIS.)
Los elementos celulares de la sangre se forman en los órganos hematopoyéticos, fundamentalmente en la médula ósea, en los ganglios linfáticos o en el bazo. En la médula ósea se forma la casi totalidad de las células de la sangre circulante, en especial los hematíes o glóbulos rojos, las plaquetas y los granulocitos. Los linfocitos se forman en los ganglios linfáticos y los monocitos en el tejido conjuntivo de todo el cuerpo. La hematopoyesis presenta en el hombre tres fases distintas. En la fase embrionaria, los elementos celulares de la sangre derivan de células situadas en el mesénquima difuso. Los primeros glóbulos rojos, muy semejantes a los megaloblastos de la anemia perniciosa, aparecen hacia la tercera semana en el saco vitelina y hasta la sexta semana continúan formándose fuera del embrión; es la denominada hernatopoyesis prehepática o vitelina. A partir de la sexta semana se inicia la fase fetal y empieza la hematopoyesis intraembrionaria, que se desarrolla primero en el hígado (hematopoyesis hepática); a partir del tercer mes se localiza preferentemente en la médula ósea, de forma que ya antes del nacimiento la hematopoyesis sigue líneas semejantes a las que se dan en el individuo adulto, y la mayor parte de las células sanguíneas deriva casi exclusivamente de la médula ósea. Los megaloblastos embrionarios comienzan a desaparecer a partir del segundo mes, dando paso a los glóbulos rojos normales (normoblastos). mientras que con posterioridad empieza también la formación de los granulocitos, las plaquetas, los monocitos y los linfocitos, apareciendo estos últimos primero en el bazo. En el momento de nacer, la hematopoyesis se desarrolla en la médula que ocupa todos los huesos (a excepción de la: linfocitopoyesis, que tiene lugar fundamentalmente en el bazo y en los ganglios linfáticos). A partir del quinto año de vida, el tejido medular es sustituido progresivamente, desde la periferia hacia el tronco, por tejido graso, de modo que en el adulto sólo existe médula con actividad hematopoyética en las vértebras, en las costillas, en el esternón, en el cóccix, en lo huesos del cráneo y en las epífisis proximales del húmero y el fémur. Cualquiera que sea el órgano hematopoyético considerado, los primeros estadios de la formación de las células sanguíneas son siempre semejantes: los elementos originarios son células primitivas indiferenciadas (células reticuloendoteliales). De estas células se separan elementos de forma redondeada, los llamados hemocitoblestos, los cuales, por sucesivas divisiones, dan origen a las células madres de las diferentes líneas de células sanguíneas. Apenas aparecen los caracteres de diferenciación hacia una determinada estirpe celular, las células experimentan un proceso de maduración que las convierte en células hemáticas definitivas, después de lo cual pasan a la sangre. Así pues, en la vida posnatal existe una división del trabajo entre el tejido linfático y el tejido mieloide (de la médula ósea) en cuanto a los tipos de células sanguíneas que producen. En el hombre, el tejido linfático produce linfocitos y células plasmáticas; el tejido mieloide produce eritrocitos, leucocitos granulosos y plaquetas. Como la principal función de los leucocitos granulosos y los monocitos es actuar, de forma más o menos inespecífica, fagocitando y destruyendo gérmenes patógenos que pueden haber entrado en la economía, y como el papel de los linfocitos es descubrir y reaccionar con antígenos, es evidente que los tejidos hematopoyéticos están muy especializados para defender al cuerpo contra gérmenes patógenos que intenten invadirlo.
