m. Sustancia destinada a luchar contra los insectos nocivos al hombre, a los animales o a las plantas.
Según su mecanismo de acción, los insecticidas se clasifican en: insecticidas por contacto, por ingestión, por asfixia, polivalentes, etc. Según su constitución química, se distinguen: aceites minerales, insecticidas inorgánicos, orgánicos naturales, orgánicos sintéticos, etc. La mayor parte de los insecticidas que se usan en la actualidad son productos orgánicos sintéticos; muchos de ellos (por ejemplo el DDT) se caracterizan por una gran estabilidad, por lo que su acción residual por contacto puede perdurar hasta un año después de la aplicación. El empleo de los insecticidas se ha difundido y generalizado de tal forma que está creando graves problemas toxicológicos, debidos en general a causas accidentales derivadas de su manejo inadecuado. Además, el empleo de insecticidas que tienen una notable acción residual para la protección de sustancias alimenticias plantea otro grave problema: el de los residuos tóxicos en los alimentos. Los derivados organofosforados, de los que el paratión puede considerarse un prototipo, se cuentan entre los productos más peligrosos de manejo en agricultura como plaguicidas. Además, algunos de estos productos se emplean como insecticidas caseros. Estas sustancias actúan como inhibidores irreversibles de la colinesterasa y, dado que esta enzima es la que regula la destrucción de la acetilcolina que se está formando continuamente en el organismo y que participa en la transmisión sináptica a distintos niveles, el cuadro clínico depende de la presencia de gran cantidad de acetilcolina a nivel de sus receptores específicos. Así, aparecen signos tales como miosis (contracción de la pupila), salivación, náuseas, vómitos, dolores abdominales, diarrea y debilidad muscular generalizada. Por otra parte, existen manifestaciones de excitación central, a las que se suman, en fases más avanzadas, la dificultad respiratoria, convulsiones y coma. Si el producto ha sido ingerido por vía oral y no existe aún sintomatología importante, el tratamiento consiste en inducir el vómito o el lavado gástrico con solución de bicarbonato sódico (al 5 "lo). Si los síntomas de intoxicación son evidentes, debe administrarse de inmediato atropina (vía intramuscular o intravenosa); la pralidoxima es particularmente eficaz para contrarrestar las manifestaciones esqueléticas. Los insecticidas halogenados (OOT, lindano, c1ordano, etc.) componen otro grupo de insecticidas de mecanismo de acción similar y de toxicidad parecida en cuanto a sus características, aunque no en su potencia. La intoxicación aguda por estos compuestos se manifiesta fundamentalmente por signos de excitación del sistema nervioso central, con hiperexcitabilidad, incoordinación, temblores y convulsiones, a' los que sigue fallo respiratorio y circulatorio. Además, hay que tener en cuenta que todos estos preparados sensibilizan el miocardio a las catecolaminas, y que un esfuerzo físico importante puede desencadenar una fibrilación ventricular, con muerte súbita. Si el tóxico ha sido ingerido, el tratamiento consiste en el lavado de estómago con agua; si el contacto ha sido cutáneo, hay que someter al paciente a un riguroso lavado con agua y jabón. Por lo demás, el tratamiento es simplemente de sostenimiento, evitando siempre la administración de aminas que activan la función vasomotora.
