f. Trastorno de la sensibilidad consistente en una sensación de adormecimiento localizado en un determinado territorio del cuerpo, de hormigueo, de pequeños alfilerazos, de quemadura o de enfriamiento. Unas veces, la parestesia se acentúa con el frío, pero es más común que empeore con el calor, sobre todo el de la cama. Generalmente se experimenta en las extremidades (acroparestesias), sobre todo en las yemas de los dedos; pero también en otras regiones de la piel o de las mucosas. A veces, se trata de un síntoma sin importancia; pero, en muchas ocasiones, puede revelar una lesión grave. Su origen puede ser muy diverso. Entre las parestesias de origen circulatorio destacan las de la arteriosclerosis y las del climaterio. Son numerosísimas las neuropatías en las que este síndrome se presenta, pero con trascendencia completamente distinta según cual sea la enfermedad (tabes dorsal, esclerosis en placas, tumores encefálicos, neuritis, etc.). En los estados neuróticos (neurasténicos, histéricos) las parestesias son frecuentísimas (parestesias de la lengua o de la mama, parestesias faríngeas). Hay parestesias en la anemia perniciosa, en intoxicaciones endógenas y exógenas, en endocrinopatías y, por último, en muchos obreros manuales que manejan sustancias irritantes, aunque sin dermopatía alguna, siendo frecuente en personas que se mojan muy a menudo las manos (lavanderas, coci neros, etc.).