Vivimos en una sociedad en la que estas dos palabras parecen incompatibles; primero porque no hay trabajo para todos (así el sistema tiene a los trabajadores cogidos por el cuello: ¡y tú no protestes!) y en segundo lugar porque la opción de no trabajar sólo la tienen unos pocos ricos que suelen vivir del trabajo de los demás. Cuando hablaba con mis alumnos de las utopías sociopolíticas, alguno proponía el modelo de la sociedad de trabajo optativo: habría dos tipos de personas, las que quisieran trabajar y las que no. Quien no trabajara tendría derecho a la satisfacción de las necesidades primarias, pero nada más. Este derecho a la pereza que justificarían algunos anarquistas se basaría en un hecho contradictorio: nadie nos ha pedido permiso para traernos a este mundo, pero tampoco lo podría hacer porque no existiríamos.
"¿Trabajo opcional? Díselo a los parados"